CIENCIA MISTICISMO EN ATACAMA

El misterioso sonido del cerro Bramador

Miguel Cáceres Munizaga

Palabras claves: arenas musicales, bramador, geopatrimonio, Atacama.

Introducción

La mayoría de los habitantes de Copiapó y alrededores conocen el cerro Bramador, aquel promontorio rocoso que resguarda la salida norte de la ciudad y desde el que bramidos son emitidos cada vez que sus arenas son perturbadas. El folklore local entrega varias explicaciones al origen del sonido, unas pintorescas, otras más rebuscadas, mientras que la ciencia maneja varias teorías. En los siguientes párrafos se entregan antecedentes para comprender esta rareza geológica, valorarla y alzarla como un lugar que puede ser una interesante parada dentro de una ruta geoturística que recorra el valle del Copiapó y que aporte a la comprensión del entorno inmediato de la capital de la región de Atacama.

El Cerro, la historia y el bramido

Antiguamente conocido como Pichincha (el mismo de la batalla de la Revolución Constituyente de 1859) o Punta Brava, el hoy denominado cerro Bramador se ubica a 27 km al nor-oeste de Copiapó y alcanza una altura de 650 m sobre el nivel del mar. Se constituye de rocas ígneas que se formaron a grandes profundidades hace cerca de 120 millones de años y que luego de solidificarse, fueron puestas en superficie por movimientos tectónicos. Más recientemente, el arrastre de arena por el viento formó una pequeña duna justo antes de la cumbre, esta última lo diferencia de sus vecinos y no solo por su ubicación, sino que por emitir un sonido cada vez que la arena es puesta en movimiento.

Si, ha leído bien, un sonido o más bien un bramido es lo que se escucha cada vez que se perturba la arena de este cerro y se la hace deslizar hacia abajo. Muchos lo describen como el ruido que ocurre antes de un sismo o una tormenta lejana, incluso como una avioneta o un camión a lo lejos.

La primera mención escrita del bramido de las arenas de este cerro se remonta a julio de 1835, cuando Darwin estuvo un par de días en Copiapó. Si bien este insigne naturalista no lo visitó, comentó lo siguiente:

“Mientras permanecí en el pueblo escuché un relato de varios habitantes acerca de un cerro en las vecindades el cual llaman El Bramador. En esta ocasión no presté suficiente atención a lo que me contaron; pero según pude comprender, esa colina está cubierta de arena y el ruido se produce solo cuando la gente, ascendiendo, pone la arena en movimiento.”

En 1913, Isaiah Bowman, connotado geógrafo norteamericano que realizó varias expediciones al desierto de Atacama lo visitó también, concluyendo que solo cuando la arena se mueve se produce el sonido, hipotetizando que este podría deberse al choque de partículas o por tensión eléctrica entre ellas.

El sonido, que asemeja al que en ocasiones se produce antes de un sismo, también llamó la atención de la eminencia telúrica global y por ese entonces Director del Servicio Sismológico de Chile, Fernand Montessus de Ballore, quien en agosto de 1918, encomendó al profesor del Liceo de Hombres de Copiapó y encargado de la estación sismológica de la misma institución, don Luis Sierra Vera, lo visitara y remitiera un informe. Dentro de su reporte, el docente ya expone tempranamente una acertada explicación respecto del sonido:

“De acuerdo con la física, el fenómeno de que tratamos es acústico, producido por una gran multitud de choques sucesivos y simultáneos, entre los innumerables granos de arena (…). Y es claro que el conjunto de sonidos de los choques, que la suma de ellos produce la especie de trueno que se escucha(…). La misma conformación del arenal que hace algo así como de tubo acústico enorme, facilita la producción del sonido. Y es indudable que el tono del sonido ha de variar a diversas horas del día y en las distintas estaciones del año, si se atiende a la dilatación producida por el calor y a la humedad en los granos de arena. Queda, pues, establecido que la causa del curioso fenómeno acústico del Bramador, está en los choques de los granos de arena y que en consecuencia no intervienen causas de origen símico.”

Un poco después, a mediados de la década de 1920, el poco valorado naturalista atacameño, Enrique Ernesto Gigoux, también lo recorrió, llegando a una conclusión similar, no obstante, destaca que la presencia de partículas negras estarían involucradas en la producción del sonido:

“Esta arena negra está constituida por granitos de ilmenita (hierro titanado), partículas esféricas muy pulidas y movibles. Y es ella con sus billones y trillones de granitos, al chocar simultáneamente entre sí, efectuándose un roce violento entre ellos, cuando se altera su inercia y se ponen en movimiento en cualquier sentido que produce el bramido del cerro”

Ya a mediados del siglo XX, Raúl Salas, geólogo del Instituto de Investigaciones de Chile, basándose en los estudios que hasta la época existían, sugirió que la sección del cerro donde se encuentra la duna seria de forma parabólica y desde esa superficie se reflejaría el sonido y amplificaría el ruido.

Si bien el folklore local le otorga muchas explicaciones, lo cierto es que ni los científicos se han puesto de acuerdo en qué exactamente provoca el sonido, no obstante y de manera muy simplificada, una de las teorías más recientes indica que el ruido se produce debido a que los granos que se están desplazando se sincronizan moviéndose hacia abajo y arriba, lo que provoca una resonancia, la que es reflejada por la capa inferior que se mantiene quieta, haciendo perceptible el bramido.

El valor geopatrimonial del Bramador

La habilidad de emitir sonidos por parte de las arenas del cerro Bramador es una característica notable y que no ha sido confirmada, a conocimiento del autor, en ninguna otra duna en el país y que, a nivel global, también es escasa (se conocen cerca de 40 lugares). Su rareza y sobresaliente característica le otorga un valor científico alto que no solo merece ser conservado y estudiado, sino que también difundido a la comunidad. Es por eso que ha sido alzado a la categoría de Geositio, es decir, un lugar en donde un elemento geológico tiene una característica notable, valiosa o rara y, desde el 2012, se encuentra incorporado en el listado de la Sociedad Geológica de Chile. Así también, recientemente Travella (2021) lo incluyó como un Sitio de Geodiversidad dentro del radio urbano de Copiapó y con un interés sedimentológico y petrológico, con altos valores educativo y turístico. Sin lugar a dudas, el cerro Bramador es valioso.

En un contexto regional, el Bramador se encuentra en el borde austral del localmente llamado “Mar de Dunas”, extensa zona cubierta de arenas, las que fueron trasportadas desde la costa producto de la erosión de material detrítico depositado en los alrededores de la desembocadura del río Copiapó y cuyo abastecimiento se encuentra hoy en día agotado, en otras palabras, responde a depósitos dunares fósiles. Esta área fue hasta hace un tiempo atrás un foco del deporte tuerca, en donde se realizaban actividades 4×4, incluso el Dakar pasó por ahí, sin embargo, desde un tiempo hasta ahora, operadores turísticos locales se han encargado de comenzar a cambiar esa visión, abriendo nuevas posibilidades para practicar sandboard, trecking, contemplación nocturna, etc. Es en este contexto en que el Bramador debe seguir potenciándose y no solo por esos últimos grupos (algunos lo incluyen en sus tours), sino que por toda la comunidad copiapina que parece haberle dado la espalda a esta rareza geológica, donde se produce un fenómeno muy poco frecuente a nivel global y que, hasta finales del siglo XX, fue un lugar de constante visita por aficionados al excursionismo, delegaciones de colegios, boy-scouts, etc. Hoy, está abandonado a su suerte y comienza paulatinamente a ser rodeado de viviendas sin regularización que entorpecen el acceso.

A pesar de lo que se podría pensar, estos elementos geológicos únicos que parecieran ser eternos, son del tipo no renovables; en el último tiempo varios se han visto amenazados ya sea por la ignorancia, indiferencia o actividades industriales. Es por eso que conocer y preservar nuestro patrimonio geológico es importante, no solo por su valor científico, sino que educativo, recreacional, incluso económico y, finalmente, para comprender mejor el territorio que habitamos.

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